Ataques bélicos mediante inundaciones provocadas
La mayoría de las inundaciones son fenómenos naturales que pueden ocurrir cuando llueve mucho en un corto período de tiempo, o cuando hay una marejada ciclónica (subida de las aguas del mar provocada por el viento de una tormenta y que puede anegar zonas costeras)...
Adriaan de Kraker, profesor en la Universidad Libre de Ámsterdam, Países Bajos, ha estado usando mapas antiguos, documentos históricos y fotografías para estudiar inundaciones importantes desencadenadas entre los años 1500 y 2000 en el sudoeste de los Países Bajos. La zona está mayormente bajo el nivel del mar y es muy propensa a sufrir inundaciones. Debido a ello, a lo largo de los siglos se han venido construyendo y conservando diques y malecones con los que proteger la región de la subida de las aguas del mar. De Kraker ha descubierto que un tercio de las inundaciones de los últimos 500 años no fueron causadas por fuertes lluvias o por marejadas ciclónicas, sino deliberadamente por el Hombre, en tiempos de guerra. Algunas de estas inundaciones intencionadas dejaron cambios significativos en el paisaje e hicieron tanto daño como las inundaciones naturales.
Uno de los casos más notables de ataque bélico mediante inundación provocada se dio durante la Guerra de Flandes (Guerra de los Ochenta Años), cuando a finales del siglo XVI el ejército español luchaba para recuperar el territorio de lo que hoy es el norte de Bélgica y el sudoeste de los Países Bajos. Los rebeldes holandeses dirigidos por Guillermo de Orange decidieron valerse de la baja altitud del terreno con respecto al nivel del mar para provocar inundaciones con las que combatir a las tropas enemigas. En un intento por liberar a Brujas, Gante y Amberes de la dominación española y expulsar al enemigo, los rebeldes destruyeron diques en lugares estratégicos entre los años 1584 y 1586, a fin de causar inundaciones a gran escala.
No obstante, el plan se les fue de las manos, dictamina De Kraker. Los efectos de sus ataques fueron mucho más extensos de lo calculado, inundando aproximadamente las dos terceras partes de la campiña en lo que hoy es la zona del Flandes zelandés.
Las inundaciones pueden cobrarse vidas humanas, y dañar viviendas, infraestructuras y otras edificaciones. Además, cuando el agua permanece mucho tiempo sobre un terreno, puede provocar cambios drásticos en este a través de la erosión y la deposición, formando nuevos canales de marea y arroyos. El área inundada durante la Guerra de Flandes pasó a formar parte de una línea estratégica de defensa y el paraje permaneció anegado por más de 100 años en algunos sitios. Esta prolongada presencia de las aguas tuvo graves consecuencias para las tierras sumergidas. Cuando por fin las aguas retrocedieron, fue solo para dejar tras de sí una gruesa y ominosa capa de arcilla cubriendo todos los edificios o lo que quedaba de ellos, así como caminos y otras infraestructuras de la zona. Dado que el agua que mantuvo anegada la zona era de mar, la salinidad del suelo aumentó de manera perjudicial para la agricultura, dejando improductivas muchas tierras de cultivo. Las zonas más afectadas ya nunca se recuperarían de aquella calamidad.
Los ataques bélicos mediante inundaciones provocadas constituyen una táctica de alto riesgo. Su éxito final, cuando los perpetradores lo hacen en suelo nacional contra un invasor extranjero, dependerá en buena parte de que se haya planeado también una operación rápida y razonablemente fácil para devolver el terreno anegado a su estado anterior y reparar los daños causados, tal como argumenta De Kraker. Sin embargo, parece que ese no fue el caso en las inundaciones provocadas por las huestes de Guillermo de Orange. “Busqué desesperadamente alguna evidencia de planes de contingencia para la reparación de los diques, y referencias sobre de dónde se sacaría el dinero para pagar los costos de las obras, y no encontré casi ninguna mención”, explica De Kraker.
Los resultados de esta investigación se han publicado en la revista académica Hydrology and Earth System Sciences, editada por la EGU (European Geosciences Union).
Publicado por: Oscar Estrada
Fuente: noticiasdelaciencia

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