La Tatuana es una leyenda netamente guatemalteca
Por: Sven Sánchez
Según numerosos historiadores, como Batres Jáuregui, Ramón Salazar y Adrián Recinos, la leyenda de la Tatuana está basada en una mujer que existió en realidad en Guatemala. La mayoría de autores ubican el origen de este personaje en la época del traslado de la Capital desde Santiago de los Caballeros (Antigua Guatemala) a la Nueva Guatemala de la Asunción, actual capital de Guatemala, tras el terremoto de Santa Marta (1773).
“La Tatuana” o “Manuelita la Tatuana” es uno de los personajes más tradicionales dentro de las leyendas criollas de Guatemala, puesto que a diferencia de otros personajes es una proyección folklórica netamente guatemalteca.

Existen 2 versiones principales de esta leyenda. La primera habla de una bella joven que vivió en la ciudad de Santiago de los Caballeros a finales del Siglo XVIII. La segunda, cuenta sobre una anciana que vivió en la Nueva Guatemala de la Asunción a principios del Siglo XIX, tras el traslado de la capital por el terremoto. Lógicamente, es probable que la anciana de principios del Siglo XIX sea la joven de finales del Siglo XVIII.
Lo que sigue son los relatos de quienes vivieron de primera mano lo acontecido en aquellos días…
Leyenda de la Tatuana joven
Manuelita nació entre 1745 y 1750. Era una joven hermosa como ninguna otra. De niña, había sido vendida como esclava a un hombre que conocía las artes del esoterismo maya. La niña era muy hábil e inteligente, y pronto se ganó el cariño de su amo. Más que una esclava, Manuelita se convirtió en su alumna, y aprendió de él numerosos hechizos, encantamientos y curaciones. Con el paso de los años, Manuelita se convirtió en una bellísima mujer. El viejo brujo, en su lecho de muerte, le dijo que era el momento de dejarla partir, no sin antes tatuarle un pequeño velero en el brazo. Éste, le dijo, le permitiría escapar de cualquier peligro o cautiverio en el que se encontrara. Así pues, Manuelita partió en busca de su destino.
Se dice que llegó al Reino de Guatemala en un barco que no atracó en ninguno de sus puertos y en ninguna de sus playas. Apareció así nomás un día en la Ciudad de Santiago de los Caballeros (Antigua Guatemala). Era una mujer blanca de grandes ojos negros, cabello ondulado más negro que la noche y una figura alta y voluptuosa. El escote de su ajustado vestido dejaba ver montes y mil maravillas. Hermosa. Exuberantemente hermosa. Endiabladamente deseable. En Guatemala jamás se había visto una mujer como ella, que despertaba los instintos carnales más salvajes de jóvenes y maduros. Paseó con arrogancia su belleza en la plaza central frente a marqueses, condes y plebeyos. Todos, sin excepción, la colmaron de piropos y galanterías. A su paso, dejaba un llanto encolerizado de celos entre las esposas y amantes de la vieja Capital.

Manuelita fue apodada La Tatuana por el misterioso tatuaje de un barco que llevaba en el brazo. Se instaló en una pequeña casita en el barrio de la Parroquia Vieja y se encerró en ella. La humilde casita se convirtió en poco tiempo en una gran mansión entregada al placer y al vicio. Y es que cuando el sol se ocultaba en el horizonte, aparecían en la puerta de la Tatuana misteriosos caballeros y alegres mujerzuelas para entregarse al guaro y la lujuria desde el crepúsculo hasta el amanecer.
La Tatuana era odiada por las señoras de la ciudad, pues se dice que no hubo hombre que se resistiera a pasar por ahí una nochecita. Sin embargo, las acusaciones caían siempre en oídos sordos. Las autoridades de la ciudad de Santiago eran clientes frecuentes del palacio de la Tatuana, y la protegían pues no podían arriesgarse a ver sus buenos nombres relacionados con tan pecaminosas actividades.
Pero la suerte de la Tatuana estaba por dar un giro. Corría la noche del aniversario de su llegada a la ciudad, y la Tatuana daba una gran fiesta en su mansión. Unos fuertes golpes se escucharon en la puerta principal. La Tatuana no esperaba más invitados esa noche, por lo que decidió ignorarlos y siguió danzando, disfrutando de su fiesta. Los golpes insistieron. Cuando finalmente abrió, se encontró frente a una docena de hombres armados que aguardaban por ella en el pórtico.
–¿Qué puedo hacer por vuestras mercedes?
Pero a la pregunta siguió un gran silencio. Los hombres armados eran soldados acantonados en un Fuerte distante a dos días de camino. Habían escuchado los rumores sobre aquella hermosa mujer, pero jamás la habían visto. Todos quedaron absortos por la belleza de la Tatuana, empapada en sudor tras bailar durante horas, y no supieron pronunciar palabra. Finalmente, el Capitán alcanzó a levantar el brazo para entregar una orden proveniente del Tribunal de la Santa Inquisición.

Se acusaba a Manuela La Tatuana de brujería y de hacer hechizos para atraer a todos los hombres de la localidad, además de codicia y de no seguir los preceptos de la Iglesia.
La Tatuana fue conducida espléndidamente vestida a un calabozo del Palacio del Ayuntamiento. Pasaron casi dos meses hasta que finalmente, en la mañana del 28 de Julio de 1773, llegó a la ciudad un hombre muy alto envuelto en un manto negro. Era el Comisario del Santo Oficio, que había sido enviado para emitir sentencia. El inquisidor leyó uno a uno los pliegos que contenían las acusaciones contra Manuelita, y finalizó condenándola a ser quemada en la hoguera a la mañana siguiente.
El inquisidor le indicó a la Tatuana que por ley tenía derecho a una última gracia. Sus carnosos y deliciosos labios respondieron que únicamente quería un pedazo de carbón o tiza, para pasar sus últimas horas pintando y dejar una huella de su paso por la vida. El inquisidor aceptó la solicitud y ordenó que se le llevara un trozo de carbón después de la cena.
Eran pasadas de las 20h00 cuando el guardia de la celda le llevó el pedazo de carbón. Una gran alegría se apoderó de ella cuando lo tuvo en sus manos. De inmediato puso manos a la obra. Dibujó en la pared de su celda un tranquilo océano en el que navegaba un barco velero. Y mientras dibujaba, recitaba conjuros en una lengua incomprensible para el guardia, que casi murió de espanto al ver cómo se aparecía el mismísimo demonio para ayudar a la Tatuana a subir en el barco que había dibujado.

Así fue como la Tatuana escapó de la prisión y de la muerte aquella calurosa noche. En el mismo barco en que llegó, y que no atracó en ninguno de sus puertos ni playas…
Pero algo igual o más increíble estaba por ocurrir. Al día siguiente, el inquisidor investigaba lo sucedido. Eran aproximadamente las 15h00 cuando interrogaba al guardia. El inquisidor estaba convencido que éste había sido seducido por los encantos de la condenada y la había dejado escapar. De pronto, un fuerte terremoto sacudió la ciudad colonial ocasionando destrucción y muerte. Bajo un enorme bloque de piedra, yacía aplastado el cuerpo del inquisidor.
Se dice que, tras el terremoto, la población olvidó sus diferencias sociales y todos los sobrevivientes se congregaron en los campos, lejos de las frágiles edificaciones. Nobles, damas honestas y religiosos que vivían en retiro se encontraban en paños menores mezclados con los plebeyos. Ahí se escucharon las historias de los parientes y amigos muertos, de los conventos que se derrumbaron, pero también de los presos que escaparon de prisión. La historia más fantástica esa noche fue la de la hermosa mujer condenada a muerte, que escapó en un barco que había dibujado en la pared de su celda, la cual no se había derrumbado, y que luego se había vengado de la ciudad que la había condenado.
¿Castigo de la Tatuana o increíble casualidad? Lo cierto es que la búsqueda de la fugitiva cedió en importancia por la emergencia del momento, y la Tatuana se convirtió en leyenda. Se dice que su fantasma aún atormenta hoy en día a las mujeres celosas.
El terremoto de Santa Marta del 29 de Julio de 1773 destruyó gran parte de la Ciudad de Santiago de los Caballeros. El Palacio Municipal resistió los sismos y en la actualidad se puede visitar la celda en donde supuestamente estuvo presa la Tatuana. En una de las paredes se puede apreciar el dibujo de un barco y la firma de esta legendaria mujer.
Leyenda de la Tatuana vieja
Cuando el contador del tiempo marcaba el inicio del siglo XIX, la Nueva Guatemala de la Asunción, fundada en 1776, ya era un centro de comercio bullicioso. Frente a la Plaza Central, se levantaba la nueva Catedral Metropolitana a medio terminar y a un costado, el Palacio Real.Tal era el grado de desarrollo que había alcanzado la ciudad, que se podía encontrar todo tipo de productos en las pequeñas tiendas de barrio, o gracias a la labor de los mercaderes ambulantes que pululaban a diario en sus calles y avenidas, usando a indios y mulas para transportar los grandes canastos repletos de frutas, vegetales y otras cosas.
Cerca del Cerrito del Carmen, apareció un día una misteriosa señora de unos 60 o 65 años caminando elegantemente, vestida totalmente de negro. Era alta, delgada, de tez blanca y ojos muy negros. Su cabello, entre plateado y negro, estaba recogido en dos trenzas. La misteriosa dama se instaló en una pequeña casa de madera en el Callejón del Brillante. De ella solo se supo que venía de muy lejos y que su nombre era Manuela. Doña Manuela, de apellido Tatuana.

La monotonía del callejón cedió ante los numerosos murmullos sobre esta arcana señora. A su casa llegaban ocasionalmente damas y caballeros igual de enigmáticos, procurando no ser reconocidos. Tras unos cuantos minutos partían sin mediar palabra con los vecinos. El primer sábado del mes, a eso de las tres de la tarde, llegaba en una carreta halada por bueyes un hombre con la cara desfigurada para hacerle entrega de algunos productos especiales aún difíciles de conseguir en el la Real Audiencia de Guatemala: incienso de rosas, canela de Ceilán en raja y polvo, extracto de vainilla, raíz de Damiana, brotes de Geranio, aceite de pachulí y espigas de trigo del medio oriente, entre otras cosas.
Para los vecinos del Callejón del Brillante, las actividades de la mujer permanecían en secreto. Pero en el resto de la ciudad, corría el rumor de un pequeño cuarto donde se vendían amarres de amor, enfrascamientos y otros trabajitos de hechicería que eran sumamente efectivos. La Tatuana era muy cautelosa al escoger a sus clientes. Corría ya el año de 1809, y aunque en España la inquisición había sido suprimida por Napoleón tras la invasión francesa, en las colonias de América el brazo inquisidor permanecía firme y voraz, ávido por enviar a la hoguera a cualquier sospechoso de brujería para demostrar su poder.
Una tarde de diciembre, la Tatuana fue a buscar provisiones a la muy bien surtida tienda del barrio, donde además de alimentos conseguía velas aromáticas y votivas, muy necesarias para algunos de sus conjuros. Encontró muy triste a doña Chayo, la tendera, que barría el local de mala gana. Las dos mujeres habían conversado muchas veces con anterioridad, pero doña Manuela no le había contado la verdad acerca de sus actividades.
–Disculpe doña Chayo –le dijo– yo sé que a usted le pasa algo. Cuénteme, a ver si la puedo ayudar en algo.
–¿Y cómo me va a poder ayudar usted Manuela?
–Ande, cuénteme. Si es un problema de amor, salud o dinero seguramente yo pueda hacer algo por usted.
–Ay, pues siendo así… figúrese que el muy desgraciado de Lupe tiene otra mujer. Está como embrujado. No regresa a la casa durante días, y cuando se aparece, me trata mal. ¡Mire que ya no sé qué hacer!
La Tatuana sacó un pequeño trozo de cuero negro de su bolso y se lo dio a doña Chayo.
–Tenga doña Chayo, no se amedrente más. Este pedacito de cuero tiene un poder especial. Esta noche, golpee con él tres veces la almohada de su marido y póngalo debajo. Luego queme incienso en el cuarto y rece un Ave María en cada esquina. Verá como con un poquito de fe don Lupe estará de vuelta mañana.
Y así lo hizo doña Chayo esa noche. Cuando despertó a la mañana siguiente, se espantó al sentir un brazo que la abrazaba. Su temor se convirtió en alegría al ver que era su marido, acostado en la cama junto a ella. Don Lupe había vuelto como lo había dicho doña Manuela, y estaba tan amoroso como cuando se habían conocido. Parecían una pareja de recién casados, entre semana trabajaban muy alegres en la tienda y los domingos iban a misa juntos y luego paseaban por el Cerrito del Carmen.
Pero el idilio duró pocas semanas. Una noche, antes de cerrar, llegó doña Manuela para pedir de vuelta el cuerito para un trabajo urgente que debía realizar. Doña Chayo imploró y suplicó entre lágrimas, pero la insistencia de doña Manuela pudo más.
Esa misma noche, mientras doña Chayo dormía, su marido tomó un rimero de ropa, lo lanzó por el balcón, saltó a la calle y se escapó para no volver nunca más.
Doña Chayo cayó en depresión y contaba a todos sus clientes la crueldad de lo que le había hecho doña Manuela. La noticia corrió como pólvora en todo el barrio, y doña Manuela se convirtió en la comidilla de las habladurías en cada esquina. La gente escupía a su paso y le prodigaban todo tipo de obscenidades. La Tatuana entendió que era momento de partir, pero no tuvo tiempo.
El sábado al mediodía, un ambicioso Capitán del cuartel que iba camino del Palacio Real paró en el comedor del barrio para comerse un tamal y beber algo. Entre el barullo del comedor, alcanzó a escuchar la historia de la hechicera timadora llamada Tatuana. El Capitán había escuchado la historia de una legendaria bruja conocida por el mismo nombre que había provocado gran sufrimiento años atrás en la ciudad de Santiago. Dejó su almuerzo a medias y fue a buscar a la tendera para que le confirmase lo que había escuchado. La encontró con la mirada perdida en un retrato borroso de su marido. Le preguntó si era cierto que una hechicera había provocado que su esposo la dejara. Doña Chayo se volteó lentamente, rompió en llanto y le contó su triste historia.
Viendo la oportunidad de convertirse en el célebre hombre que capturó a la infame Tatuana, el Capitán montó en su yegua y se dirigió a todo galope al Palacio de la Capitanía General, donde fue recibido por el comandante. Esta no era la primera queja que recibía, por lo que ordenó que fuese capturada y llevada al calabozo del palacio.
Así pues, el Capitán se hizo acompañar de 2 mosqueteros y regresó al barrio esa misma tarde. Encontró a doña Manuela sobre una carreta halada por bueyes, conducida por un hombre de cara desfigurada. El Capitán los detuvo, y ordenó a los mosqueteros que apresaran a la mujer. Entrada la noche, que era noche buena, se presentó el inquisidor y sin mayor procedimiento legal, le informó a doña Manuela que había sido condenada a morir en la hoguera al alba del día siguiente. Las llamas consumirían el cuerpo de la Tatuana el mismo día que los cristianos celebran el nacimiento de quien les enseñó a perdonar a los pecadores. Sería la mañana del 25 de diciembre.
Como era costumbre, se le concedió a la Tatuana un último deseo. Antes que mediara palabra, el Capitán, recordando las historias que había escuchado sobre lo acontecido en Santiago, le indicó que no le sería permitido recibir ningún artefacto con el que pudiese dibujar.
–No se preocupe mi Capitán –dijo la Tatuana– lo único que deseo es un caldo de remolacha como el que hacía mi madre cuando era pequeña, para ayudarme a dormir.
El Capitán asintió con la cabeza y se retiró. Mas tarde, a eso de las 23h00, el Capitán bebía con sus hombres en una pieza del nivel superior al calabozo. Ordenó al carcelero que llevara un plato hondo con caldo de remolacha caliente a la Tatuana, pero que no abriera la celda, sino que lo pasara por entre los barrotes de la misma. Los ojos negros de la Tatuana brillaron de emoción al tener entre sus manos la que sería su última cena. Tomó el cucharón y aplastó la suave remolacha contra el fondo del plato hasta convertirla en un pastoso engrudo. Posteriormente, sin dar ni siquiera un sorbo, metió sus dedos en la pasta morada y comenzó a dibujar un barco en la pared, mientras recitaba conjuros en una lengua incomprensible.
Un poderoso viento azotó el palacio, y el guardia casi muere del susto cuando vio aparecer frente a sus ojos al mismísimo demonio, que ofrecía su mano para ayudar a la Tatuana a embarcarse en el barco que acababa de dibujar. El Capitán, al escuchar el fuerte viento y los gritos del carcelero, bajó corriendo con su arma presto a abrir fuego junto a sus dos mosqueteros. Frente a ellos se desarrollaba una incomprensible escena surrealista. Blandió su pistola y disparó. El cuerpo de la Tatuana no ofreció resistencia alguna, como si fuera de humo, y el proyectil se incrustó en el muro detrás de ella. Sin perder el temple, ordenó a los mosqueteros que abriesen fuego contra la bruja mientras arrebataba las llaves al despavorido carcelero. Los disparos de sus hombres corrieron con la misma suerte. Se apresuró a abrir la puerta de la celda, pero era demasiado tarde. Todos fueron testigos de cómo desaparecía la reclusa por la ventana de la celda, navegando sobre los rayos de luna y con el sonido de miles de cohetillos que anunciaban la media noche y un cumpleaños más de nuestro Señor Jesucristo.
El Capitán se presentó la mañana siguiente en el Callejón del Brillante, para dar a la tendera la noticia del escape de la Tatuana. La encontró, junto con otras vecinas, carbonizada en el mismo comedor donde se había detenido a comer un tamal el día anterior. Mientras celebraban la llegada del 25 de diciembre, un cohetillo cayó sobre el techo del comedor, prendiéndole fuego. Murieron de la forma como debía haber muerto la Tatuana.
Así resurgieron los cuentos de la Tatuana, una malévola hechicera que va de pueblo en pueblo poniendo una venta de amarras y embrujos, y que cuando es acorralada, dibuja un barco para escapar al siguiente pueblo, y que a su partida castiga con destrucción y muerte a las mujeres chismosas de la localidad.
Se dice que a finales del siglo XIX y principios del Siglo XX, en las bartolinas del Palacio de Gobierno se podía ver en las noches de luna llena la silueta que dejó el barco por donde escapó la Tatuana salpicada por los 3 proyectiles incrustados en la pared. Esto lo pudieron ver con sus propios ojos hasta que el terremoto de 1917 derribó el edificio.
¿Lo sabías?
- El nombre de Tatuana proviene del tatuaje de un barco que llevaba en uno de sus brazos.
- El barco es una figura que aparece en prisiones antiguas de todo el mundo. Representaba el anhelo de los prisioneros de escapar a un lugar lejano. Recordemos que a finales del siglo XVIII no se conocían aún los ferrocarriles en Guatemala y aún no existían los aviones.
- Numerosos historiadores consideran que la Tatuana está basada en una mujer que existió realmente entre 1750 y 1830.
- Existen numerosas versiones de la leyenda, pero se dividen en dos principales: una Tatuana joven y una Tatuana vieja.
- Algunos piensan que esta leyenda está basada en el personaje Chimalmat de la mitología maya, una diosa que se vuelve invisible gracias a un encantamiento.
Otras versiones de la Tatuana
Existen muchas otras versiones de la Leyenda de la Tatuana, a continuación encontrarás enlaces hacia algunas de las más conocidas:

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